Los muertos no escriben, pero sí accionan portales

solapaPor Juan Manuel Rivas, periodista y autor de los poemarios Ciudad Laberinto y La mutación cómo Destino

En el panorama actual de la novela nacional se pueden encontrar propuestas que avanzan por diferentes derroteros e inquietudes y donde es difícil adscribirse a un estilo definido. No obstante, la escena independiente ofrece discursos pletóricos de creatividad y exentos de límites estéticos.

En este caso la apuesta de Emilio Ramón con su novela “Los Muertos no escriben” brinda aire fresco y nos traslada irremediablemente a los autores de fines del siglo pasado con sus discursos embadurnados de bandas sonoras impresionantes, drogas y post modernismo muy en la senda de autores como Irving Welsh, Nick Hornby o Thomas Pynchon.

La novela que presenta una esperpéntica galería de personajes inspirados la mayoría en exagerados referentes al mundo literario nacional, posee una pátina de sucio surrealismo que se va fraguando hasta lograr una obra, que, si bien mantiene esa extravagancia y cuotas de humor, decanta en una historia fantasmagórica de implicancias sicológicas y contraculturales.

El hilo conductor de la trama se centra en el personaje de Camilo K escrito venido a menos, que vive del recuerdo de la publicación de su único libro que con los años se convirtió en una obra de culto: “El Dildo en Llamas”. Él junto a un grupo de desadaptados de distintas índoles deciden crear una editorial independiente que es un pretexto del autor para transitar por un mundillo marginal y desenfocado de la realidad todo ello ambientado con rock, drogas, anécdotas hilarantes y reflexiones sobre el paso del tiempo y la responsabilidad como respuesta al desorden de cada una de las existencias presentadas.

También en un punto crucial de la novela, se disocia el espacio sicológico de la obra y nos vemos inmersos en un mundo casi onírico donde se mezclan las imágenes, acciones y obsesiones de los personajes. Y es aquí donde las referencias a la mítica novela “Pedro Páramo” se tornan más que palpables, otorgando espesor a las acciones de los personajes y una salida sicodélica a la historia.

Desde el bar Comala que es una especie de portal hasta el derruido departamento donde se ubica la editorial Perro Muerto; las reflexiones de los personajes que indican el ensimismamiento y el abatimiento sobre lo que no pueden controlar hasta esa sensación de limbo que comienza a poblar la obra luego de la mitad del libro.

Que quede claro que el aspecto profundo de esta novela no plantea necesariamente un discurso serio y sobrenatural, al contrario, la historia fluye debido en gran parte a la abundante cuota de humor que trasunta el libro, sobre todo, en lo referente a lugares comunes literarios, pasando por los absurdos nombres de los personajes y esa alusión al accionar de una editorial independiente. Asimismo, la mayoría de las anécdotas de estos personajes algunos pintados con brocha gorda, pero plenos de humanidad poseen gran hilaridad y desparpajo.

Punto aparte son los momentos donde aparecen figuras literarias como Stella Díaz Varín y Roberto Bolaño brindando a la historia una desfachatez y ocurrencia que raya en la sicodelia. Sin duda, estamos frente a uno de los títulos imprenscindibles del 2022 y lleva a nuevas alturas a su autor Emilio Ramón quien ha lanzado varias publicaciones dedicadas a la música en sus publicaciones y que ahora demuestra su habilidad en la construcción de historias que en este caso trae consigo su propia sonoridad.

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